Y claro, como siempre, llega el domingo por la tarde y una se pone a repasar mentalmente todo lo que ha hecho a lo largo de estos 7 días y se termina diciendo a si misma: "¡Pero como no vas a estar cansada, hija mía!"... Aunque bueno, esta vez es una de esas "sarnas con gusto que no pican" pues, a pocas horas de empezar la penúltima semana de abril, me siento mucho más relajada y contenta de lo que me he sentido en estos últimos dos meses, cosa que mi cuerpo ya me estaba pidiendo a grito pelado.
El fin de semana pasado lo dediqué casi por completo a ayudar a mi madre en todo lo que necesitase, a dejar mi casa limpia de arriba a abajo y a estudiar todo lo que tenía planificado estudiar a lo largo de la semana. Como os podréis imaginar, fueron casi 3 días de mucho trajín, de estar en todo momento haciendo algo y de caer rendida en el sofá después de cenar... Pero, como todo en esta vida, lo hice por un motivo: El martes pasado, a las claras de la mañana y con un sueño de mil demonios, mi pareja y yo cogimos un autobús rumbo a Valencia, donde hemos pasado 3 días de desconexión y relax que nos han sentado de maravilla. Tanto él como yo necesitábamos cambiar un poco de aires y recargar las pilas, pues se nos avecinan días de bastante ajetreo, y esta vez ha sido la capital de la Comunidad Valenciana la que nos ha ayudado a hacerlo.
Nuestro primer día en la ciudad decidimos investigar un poco la zona donde nos alojamos (el Barrio del Carmen, una zona muy auténtica) y enseguida nos dimos cuenta de que podíamos llegar perfectamente a pie a todos los lugares que queríamos visitar (acostumbrados a Barcelona, las distancias son bastante más cortas), así que, guía en mano y con un calzado cómodo, decidimos descubrir la ciudad por nuestra cuenta.
Y qué bonita es Valencia... Con razón la llaman "La ciudad de las flores, de la luz y del amor", y siendo primavera la hemos podido disfrutar mucho más de lo que esperábamos.
En la entrada siguiente tengo previsto profundizar un poco más acerca de nuestra escapada, pero en líneas generales, Valencia nos pareció una ciudad preciosa con muchísimas cosas que ofrecer a todo aquel que la visita: Artesanía en cada esquina, monumentos de gran valor histórico que conviven con edificios más modernos, zonas verdes y playas tan bonitas que invitan a recorrerlas de punta a punta, gente amable y acogedora, y una gastronomía marcadamente mediterránea caracterizada por elaboraciones tradicionales, sencillas y sanas que, a pesar de guardar muchas similitudes con la gastronomía de mi región (soy catalana), invita a descubrir esos matices que la hacen única y especial. Y yo, "guiri gastronómica" empedernida, he dedicado una buena parte del viaje a hacerlo.
Por recomendación de una conocida valenciana que tengo, decidí no irme de Valencia sin probar una Paella, una Agua de Valencia (yo no puedo beber alcohol, así que no la probé) unos Fartons y una Horchata de Chufa de los de verdad, de los que te venden, recomiendan y consumen los propios valencianos.
¿Y que mejor lugar para hacerlo, que el Mercado Central de la ciudad? ¡Qué sitio más espectacular! Volvería a Valencia sólo por pasar otra mañana más en el mercado, disfrutando de todos esos aromas, colores y sabores, haciéndole fotos a todo, degustando todo lo que los paradistas me dieran a probar, mezclándome con los lugareños y comprando en las paradas que ellos mismos te recomiendan.
Especias para paella, frutos secos, panes, fresas, naranjas... En fin, compré tantas cosas que, al volver, la maleta pesaba el doble que cuando llegamos, y ya es decir, porque también venía llena de comida para el apartamento...
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En la entrada de Mercado Central |
Por supuesto, uno de los "souvenirs" que me traje fueron un par de litros de horchata artesana, también comprada en el mercado, en La Horchatería Central. Lo que todavía me pregunto, 4 días después de nuestro viaje, es cómo llegó a Barcelona la mitad de una de las botellas, si no paramos de darle tragos en todo el viaje... Qué bebida más rica y más dulce, y qué sabor tan tan tan intenso y tan tan tan delicioso a chufa... Una de esas cosas que, cuando una prueba, se da cuenta de que lo que le venden en el supermercado, a no ser que sea de muy buena calidad, no es más que un "sucedáneo de" que dista mucho de saber como el producto original y que no debería ni llamarse así. Pero bueno, cosas de la globalización y del marketing, supongo...
Pues bien, al haber llegado a casa con todavía media botella de horchata, con sólo un par de yogures para postre en la nevera y media barra de pan que se me había olvidado en la panera la noche previa a nuestro viaje, decidí echar mano del recetario del blog y preparar una versión distinta del clásico budín de pan.
Si hay algo que me gusta de este tipo de budines es que nunca te queda uno igual al anterior, básicamente porque nunca te sobran las mismas cosas ni usas los mismos ingredientes básicos. El anterior llevaba leche, azúcar y canela, y esta vez horchata y chocolate, y tan ricamente. Esa es precisamente la esencia del aprovechamiento y creo que este postre lo refleja a las mil maravillas.
Si sois muy puristas, estaréis pensado que la mejor manera de disfrutar de la horchata es sola y bien fría, y os doy la razón. Pero, oye, durante los tres días que estuvimos en Valencia, vimos a más de un nene pedir horchata con Cola-Cao en las cafeterías, y algunos padres la pedían para acompañar el café, en lugar de hacerlo con leche. Es más, incluso vimos bizcochos y magdalenas elaborados con horchata en las vitrinas de muchas pastelerías, así que con eso me excuso :)
Os dejo los ingredientes y la preparación:
Ingredientes (para 2 personas):
- 120 gramos de pan duro y/o restos de bollería (100 gramos de pan y 3 bizcochos de soletilla en este caso)
- 2 cucharadas soperas rasas de cacao puro en polvo
- 250 ml de horchata
- 2 huevos tamaño M
- Caramelo para el molde, al gusto
- Caramelo para el molde, al gusto
- Antes de empezar, dejamos precalentando el horno a 180º.
- En un bol, desmigamos el pan y la bollería y añadimos la horchata y el cacao en polvo, mezclándolo todo bien.
- En otro bol aparte, batimos ligeramente los huevos y los añadimos a la mezcla anterior hasta que queden completamente integrados.
- En el fondo del molde donde vayamos a hornear el budín, colocamos una buena cantidad de caramelo líquido.
- Vertemos la mezcla del pudin en el molde e introducimos en el horno a 180ºC durante 35-40 minutos aproximadamente, o hasta que la superficie empiece a dorarse y el budín esté cocido.
- Sacamos del horno y dejamos enfriar por completo antes de desmoldar y servir, cortado en porciones tamaño ración.
Notas:
- Al llevar horchata, chocolate y caramelo, no le añadí más azúcar, pues ya queda un budín bastante dulce. Si sois muy dulceros o usáis solamente pan, con una cucharada sopera bastará.
- En casa nunca hemos tenido la costumbre de hacer el budín de pan al baño maría, pues nos gusta que quede un poco más seco. Si lo preferís más jugoso, no dudéis en hornearlo al baño maría.
- Este budín combina muy bien con un poco de nata montada, algún helado de sabor suave como el de nata o vainilla o, por supuesto, con un vaso de horchata bien fría.
- Al llevar horchata, chocolate y caramelo, no le añadí más azúcar, pues ya queda un budín bastante dulce. Si sois muy dulceros o usáis solamente pan, con una cucharada sopera bastará.
- En casa nunca hemos tenido la costumbre de hacer el budín de pan al baño maría, pues nos gusta que quede un poco más seco. Si lo preferís más jugoso, no dudéis en hornearlo al baño maría.
- Este budín combina muy bien con un poco de nata montada, algún helado de sabor suave como el de nata o vainilla o, por supuesto, con un vaso de horchata bien fría.
Nada más por ahora.
Espero que os haya gustado la receta y que os animéis a prepararla en casa, pues es rica y sencilla a más no poder.
¡Mil gracias por seguir ahí, y feliz inicio de semana!
Fotos: Marc RT Studios